Wednesday, September 09, 2009

HASTA SIEMPRE QUERIDO GONZALO ARTIDO ALLINO

GUANTANAMERO, DE NACIMIENTO
HIATIANO, DE CORAZON
CUBANO, CONSAGRADO A LA REVOLUCION

Inconcluso, como sus sueños y esperanzas en pro de la diáspora haitiana en Cuba, así quedaron los relatos sobre su vida cuando el 29 de mayo de 2009 dejó de latir su corazón en la Ciudad de la Habana.

A duras penas se logró que organizara sus recuerdos y comenzara a escribir sus memorias, tal como lo hemos convocado hacer a todos aquellos haitianos autóctonos y descendientes que viven en Cuba para rememorar tiempos pasados y presentes de esta etnia.

Su modestia era tal, que pocos de los que le rodeábamos conocimos las interioridades de las hazañas realizadas por él en aras de la Revolución cubana.

En las palabras de despedida en su sepelio en la Necrópolis de Colón, Roberto Pérez Pérez, combatiente del Ministerio del Interior (MININT) cubano, dijo:

Nos reunimos hoy para despedir y rendir merecido
tributo a nuestro compañero Gonzalo Artido Allino,
quien falleciera después de una fecunda vida,
dedicada al trabajo por la Revolución cubana.

Desde temprana edad se consagró a la causa de
la Revolución cubana, como combatiente del
Ministerio del Interior, al que dedicó más de 30 años
de su vida, realizando esfuerzos y sacrificios en el
cumplimiento de disímiles e importantes misiones,
fundamentalmente como radista en el aseguramiento
de las comunicaciones internacionales de nuestro
Estado y en el apoyo de la misión internacionalista
del Che en el Congo.

Durante su fructífera vida alcanzó en el MININT las
Medallas por los X, XV y XX años, y fue merecedor
de numerosos estímulos.


Gozaba de prestigio entre sus compañeros de
trabajo, amigos y familiares.

En su condición de miembro del MININT y militante
del Partido Comunista de Cuba siempre fue un
ardiente defensor de la Revolución cubana, a la
cual defendió desde las trincheras del MININT, en
su lugar de residencia en la Asociación de
Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC) y
al frente del Comité Gestor de la Asociación de
Haitianos y sus Descendientes Residentes en
Cuba, y como tal activo defensor de la cultura de
esta etnia en el país.


Una vez jubilado del Ministerio del Interior, continuó
dando su aporte a la sociedad brindando la
experiencia adquirida en sus años de lucha.

En este día hemos perdido un revolucionario, un
compañero de luchas, que nos legó su esforzado
ejemplo en la consagración a la causa
revolucionaria que hoy todos defendemos.

Por eso, más que un adiós le decimos:

¡HASTA SIEMPRE COMPAÑERO!

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A continuación reproducimos lo que, en vida, él nos dejó redactado sobre sus memorias, lo cual completaremos posteriormente con los relatos de quienes lo conocieron.

GONZALO ALTIDO ALLINO,
EL GUANTANAMERO,
RECUERDA UNA EPOCA

No pretendo contar un cuento ni escribir una historia. Simplemente narraré pasajes de mi vida como descendiente de haitiano en Cuba.

Nací el tres de diciembre de 1933 en una finca cañera llamada Manantial, formada aproximadamente por unas 27 caballerías, en el actual municipio de El Salvador, de la provincia de Guantánamo.

El dueño de la finca era Luis Faure, casado, y su esposa tenía otra finca más pequeña, de unas siete caballerías. Colindaba con las fincas cañeras San Manuel, al Este, San Felipe al Oeste, San Bartolo, al Norte y San Manuel al Sur. La finca tenía un mayoral, Felito, persona pacífica.

Soy hijo de Ceduan Artido Montera, rebautizado en Cuba como Eduardo, y de Angili Allinó Yebe, ambos nacidos en Port Salut, Haití. El llegó a Cuba en el 1914, los diez años de edad, y ella en el propio año en que nació, en 1925, los dos por Santiago de Cuba. De allí fueron a parar a Guantánamo, donde residieron hasta sus últimos días


En total fuimos siete hijos del matrimonio de ellos dos: seis varones (uno ya fallecido) y una hembra (fallecida).

También vinieron a Cuba una hermana y un hermano de mi padre y un hermano de mi madre, todos fallecidos ya.

Había una haitiana que hacía de comadrona. Su nombre: Cristina Semaná. Ella también nos cortó el ombligo a casi todos los jóvenes descendientes de haitianos nacidos en la zona. No tenía descanso. A veces era buscada a altas horas de la noche o de madrugada para atender a una parturienta.

En este lugar crecimos varios jóvenes en la misma época, unos 25 hijos de haitianos de más o menos la misma edad, éramos muy unidos. Allí también había jamaicanos que compartían con nosotros.

Nos reuníamos para ir a la escuela, en un lugar llamado Agapito, a tres kilómetros de donde yo vivía, pero a todos se nos hacía camino ir a ella. El dueño de aquella finca tenía cinco hijos (hembras y varones) y por eso accedió a que se instalara allí ese centro de enseñanza.

Cuado salíamos en el horario de receso nos íbamos hasta los campos de siembra cercanos a comer caña, guayaba, ciruela y otras frutas. que quedaba a cuatro kilómetros de distancia.

Jugábamos a la pelota, nos bañábamos en los pequeños arroyuelos de la zona y así pasábamos parte del tiempo que no dedicábamos a trabajar en el campo.

También íbamos a las fiestas de bembé y otros lugares.

En el lugar llamado Santa Rita se efectuaba bembés los días 16 y 17 de diciembre, celebrando la fecha de San Lázaro. Valentín estaba al frente de un bembé y un tal Yira atendía otro. Este último, tiempo después, en época de la lucha revolucionaria contra el dictador Fulgencio Batista, fue ejecutado por los rebeldes, ya que se dedicaba a chivatear a los revolucionarios y a gentes sencillas de la zona.


Otra fiesta que se celebraba era e 21 de abril, el día de San Anselmo. Se celebraban bautizos, corrida de caballos y bailes populares.

En contadas ocasiones nos íbamos para el cine -distante a cinco kilómetros- y, al regresar a nuestras casas, nos cambiábamos de ropa e íbamos directo para el corte de caña y aprovechar el tiempo nocturno o de madrugada, sin sol.

Más al Oeste de donde nací estaba el central Ermita (hoy Costa Rica), dirigido por Juan Linares, persona muy exigente. Los dueños, mister Randol, mister Elmo y mister Sam, eran norteamericanos. Allí quedaba el cine donde se daban funciones con dos filmes en cada tanda por diez centavos la entrada. Otro lugar al cual íbamos al cine era en Cuneira, a cinco kilómetros del lugar de residencia. Allí también acudíamos a jugar pelota, a escuchar música en la victrolas de los bares y a pasear por el andén ferroviario.

En otro sitio, llamado San Manuel, distante a dos kilómetros de mi zona, jugábamos a la pelota, íbamos a una pequeña presa donde nos bañábamos y bañábamos a los animales. Un carnero era dedicado a dar vueltas alrededor de la bomba mediante la cual les llegaba el agua a un tanque para su distribución entre los vecinos. Varios haitianos y jamaicanos residían en el lugar.


Asistíamos regularmente sábado y domingos a un bar nombrado “El Bayeye, donde había una victrola (o traganiquel). Su dueño se nombraba Erbidelio.

En una oportunidad se realizaba una fiesta en el local del sindicato y, de pronto, se produjo un accidente ferroviario. El tren cañero iba subiendo una pendiente y no la pudo rebasar. Le hicieron un corte pero la parte de atrás retrocedía y colisionó contra otro tren que estaba detenido en la distancia. Hubo un muerto y pérdidas materiales de consideración.

Cerca de mi casa vivía la familia de apellido Cruz. El viejo era una persona pacífica, muy tratable. Pero su mujer era agresiva. Tenían varios árboles de mango y los muchachos íbamos a buscar esa fruta y, en muchas ocasiones, ella nos lo negaba.

En otro lugar cercano, La Retranca, vivía una familia de apellido Acebal. Varios de sus muchachos iban con nosotros a la escuela y a jugar pelota.

Una familia adinerada, los Casal, poseían en la zona tiendas comerciales, camiones, una farmacia y también en Santiago de Cuba un almacén. Antes que ellos hubo una sociedad dominada por un tal Pedro Torrel, quien le vendió sus propiedades a los Casal.

La zona era asentamientos de varios haitianos en la década de 1930. Se dedicaban a cortar caña y a otras labores como trabajar en los campos de sembradíos de frutos menores.

Estaba Carlos, sobrino de Niní y de Fela. Niní tenía una finquita en el lugar conocido por La Victoria, y Fela otra en San Juan.

Más adelante quedaban San Bartolo Arriba y San Bartolo Abajo, asentamientos haitianos de cortadores de caña. Varias haitianas se dedicaban en ambos lugares la venta de dulces, pan, bacalao y otros alimentos de la culinaria haitiana.

Margarita, otra haitiana, y la familia de Ane poseían finquitas sembradas de caña.

Muchos de aquellos haitianos fueron repatriados a Haití en esa época de 1930, un grupo grande no quería irse. Fueron obligados, a una salida forzosa. Esto sucedió masivamente, al menos en dos oportunidades, según recuerdo.

Otro mayoral, Antonio María Alemañy, en el batey , era una persona muy popular en el territorio. Organizaba fiestas en su casa en las que participaban muchas personas distintas. No hacía distinción de clases.

El batey, distante unos dos kilómetros de donde vivíamos, se mantenía alegre. Residía allí muchas familias humildes, como los Pico, los Ventura, los Ruiz, los Aguilera, los Puebla, los Masso y tantas otras. Vivían varios haitianos y jamaicanos. Abundaban las muchachas bonitas. Se jugaba mucho a la pelota y se daban fiestas.

Vivían allí Cipriano Salazar, Panuncia, Arrastre, Lamotte y otros veteranos de la Guerra de Independencia. Lamotte acostumbraba a declarar que, si cuando el marine norteamericano ultrajó a José Martí subiéndose en su estatua en el Parque Central, en la capital del país, y orinarse desde allá arriba, él, en persona, lo hubiera matado por esa falta de respeto.

Al comenzar el período de cortes de caña todo se ponía en función de esa actividad. Era un martirio participar pues era prácticamente el único trabajo accesible para los haitianos. Se formaban discusiones y hasta broncas por tener un “cayo” de caña para participar en los cortes. Recuerdo una famosa riña de estas entre uno llamado Genaro y otro que no recuerdo su nombre. Aquello fue terrible entre esos dos hombres enredados por ganarse el derecho a trabajar en el corte de caña.

La vida nos obligaba a ello para enfrentar y sobrevivir aquella sociedad. En el llamado “tiempo muerto” compartíamos lo poco que teníamos. Se salía hacia las zonas cafetaleras, para participar en su cosecha, donde se pagaba muy bajo precio por cada lata del grano recogido.

Las injusticias con los haitianos eran de todo tipo.

Teodoro Martínez, un policía designado para aquella zona, se distinguía por su conducta abusiva y aprovechadora. Era hermano del mayoral Felito. En una oportunidad quiso abusar de su tío político, quien tuvo que guarecerse en casa de una familia vecina. Un haitiano empleado de la finca, llamado Luisma, intervino y protegió al perseguido.

El propio policía, impulsado por los chismes de su esposa acerca de problemas sobre animales que no quería que los amarraran en los pastos mejores, fue en una oportunidad a mi casa. Ofendió a mi padre y a un hermano mío. Eso provocó que se entablar una acción judicial, en aquel entonces en la ciudad de Santiago de Cuba, pero que finalmente todo quedó amañado a favor del policía y de su esposa.


Rancho Grande se llamaba el lugar donde había un centro comercial propiedad de la familia Casal. Allí había un mayoral llamado Montero, siempre de visita en el Cuartel de la Guardia Rural denunciando injustificadamente a las personas. Tenía su casa atrincherada, rodeada de una barrera con sacos de arena, y poseía un arma de fuego.

En una ocasión estábamos cortando caña en San Juan. Habían transcurrido varios días y no se recogía la caña cortada. Fui aproximadamente a la una de la tarde a hablar con el mayoral Montero para que nos mandara un camión para sacar la caña amontonada en el suelo. Lo encontré sentado en el portal de su casa. Lo saludé y le planteé el asunto. Con tono despectivo me respondió y negó lo que le estaba proponiendo. Su argumento: había que sacar primero la caña de la Compañía primero que la de los colonos.

Según versiones de la época, se decía amigo personal del dictador Fulgencio Batista. Fue ajusticiado en tiempos de Revolución por su mala conducta con los trabajadores.

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